En el evangelio de San Marcos escuchamos la conversación entre el joven rico y Jesús. El joven le preguntó a Jesús que tenía que hacer para obtener la vida eterna.
Es una gran y profunda pregunta que conlleva un dialogo con Jesús.
Jesús le repite los mandamientos, a lo cual el joven con alegría y orgullo – me imagino – responde que sí, que los cumplía desde temprana edad. Jesús lo felicita y luego le dice: "Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme." (Marcos 10:21)
El joven bajo la cabeza; estaba decepcionado y se marchó porque estaba apegado a sus propias expectativas. Jesús lo miró con tristeza. ¿Por qué?
Observando el continuo vaivén de las olas sobre la playa, vemos como el agua va trasformando la playa lentamente, sin importar la resistencia o dureza del material que las recibe. Este continuo vaivén va tallando y transformando la playa a la merced del mar: ¡la línea costera que se va “dibujando” depende del encuentro entre el mar y la costa!
¿Por qué comparto esta idea? ¿Qué tiene que ver con el joven rico de hace un momento?
En nuestro caminar por la vida, la búsqueda de la santidad puede convertirse en un acto de orgullo y autosuficiencia, en sentirnos satisfechos porque hemos podido convertirnos en maestros de la ley: “¡lo he logrado!” “¡lo hice!” “¡yo pude!” etc. Estos actos, de por sí, no llevan a un encuentro – no nos abren a un seguimiento con la persona de Jesús. Por eso, cuando Jesús le dice al joven, ‘una sola cosa te falta para seguirme, vende todo lo que tienes y repártelo entre los pobres,’ el joven se decepciona y su alegría desaparece. El Papa Francisco comenta de esta historia que el joven rico renunció a su juventud (Christus vivit, 18) al decirle “no” a la invitación de Jesús: el que era joven se volvió viejo de espíritu por estar apegado al orgullo.
Seguir a Jesús requiere humildad. Buscar la santidad solo a través del cumplimiento de la ley sin la guía del Amor se puede convertir en un acto de orgullo.
¡La verdadera conversión requiere un encuentro personal con Jesús – no con la ley!
No podemos hacernos esclavos de la ley para seguir a Jesús.
A diferencia de ese continuo encuentro del mar con la costa, por el cual la costa adquiere la forma impuesta por el mar, Jesús no se impone sobre nosotros. En el encuentro, Él espera y respeta nuestra libertad.
El encuentro con Jesús requiere nuestra libertad para desprendernos de todas las falsas seguridades, temores y riquezas, para permitir que el oleaje de su Amor vaya tallando continuamente nuestros corazones, dándole forma de Jesús. Así podremos reflejar a aquel quien por Amor nos creó y por Amor nos redimió.
¿Cómo podemos esperar y orar por la paz en el mundo si tenemos miedo y temor a desprendernos de nuestras falsas riquezas y seguridades?
En el encuentro con Jesús, Él desbarata nuestras ideas preconcebidas, prejuicios, y proyectos, para abrirnos a su plan de Amor y descubrirnos tesoros inmensurables, lanzándonos a la aventura de proyectos inesperados de vida y de servicio.
Si buscamos y queremos convertirnos en agentes de cambio y transformación, buscando un mundo mejor, solo podemos hacerlo viviendo ese proceso de transformación por medio de ese encuentro personal con la Paz y el Amor que es Jesús.
¡La paz no se puede imponer! La paz es el fruto del Amor y del encuentro diario y continuo con Jesús.
¡Cada momento de oración es un encuentro con Jesús!
Busquemos cada uno de nosotros ese diálogo de paz con Jesús – ese encuentro diario con su Amor – para que, llenos de paz interior, aprendamos a ver a nuestro prójimo con esos mismos ojos de amor y paz con los que Él nos mira y, en ese dialogo con el Amor, fomentemos la paz en nuestras familias, en nuestra iglesia, en nuestras comunidades, en nuestro país, y en el mundo.
Si quieres paz “ven y sígueme,” nos dice Jesús. ¡Permitámosle, pues, que broncee nuestro corazón con su Amor, nos acaricie con la brisa de su paz, nos abrace con sus olas de alegría, y nos colme con su sabiduría!